jueves, 17 de enero de 2013

Amigos.

Si te miro, fingiré ser tu amigo, como siempre, aunque duela, aunque en mi interior esté deseando abrazarte, besarte, y decirte una y otra vez, cuanto te quiero.
Pero no, ahí estoy yo, de amigo, de apoyo moral en tus momentos difíciles, cuando tu no eres correspondido por otra persona ¿Qué ironia verdad? 
Todos los días, todos los días tengo que pasar a ser el amigo gracioso, al que no le molesta nada, ese soy yo, día tras día.
Sonreiré durante el resto de mis días, esperado que sonrías también, aunque lo único que quieras de mí sea desahogo, estaré ahí, como siempre.
Aunque esté destrozado como ahora, no me verás una lágrima, quiero que al menos tú, quien mas me importa, me vea contento, aunque en secreto esté pensando en lo feliz que realmente sería si tu sonrisa, fuese para mí, dedicada, personalizada, exclusiva, con ese algo que hace de mi sonrisa, tuya.
Y aun así, aunque mas o menos te figures que pasa, estaré ahí, como siempre, después de todo: ¿Para que están los amigos?

Culpable.


Ceniza, eso es lo que el pequeño podía imaginar que le quedaba de su antigüa vida.
Y se daba cuenta en ese momento, de lo que mas temía, su vida, había estado sujeta por columnas de mentira, nadie mas que el tenía la culpa de aquello, pero no siempre es fácil asumir las  consecuencias de nuestros actos, así que el pobre niño fue buscando culpable por donde asomaba, buscando culpabilidad en la inocencia, y arrastrando nada mas que soledad con él.
El niño siempre miraba para delante, nunca hacia atrás, porque eso es lo que recordaba  que le habían enseñado.
Siguió y siguío su camino buscando culpable con el nombre de nadie, pues se olvidó de quien era, de quien había sido, que había hecho, y siguió buscando.
Lo que antes era bosque, se había convertido en desierto, un desierto extraño, ya ni la arena le quería a su lado, pues el niño también había osado culpar a esta.
Iba caminando, sin rumbo fijo, cuando su soledad tiro de él, y se vió obligado a mirar atrás, y destrozado, siguió su camino "¿Todavía me queda algo?", se preguntaba el pequeño.
Se levantó cada vez que caía, y siguió buscando y buscando, ya no era nadie, unicamente era, lo que quedaba de su orgullo, insignificante con lo que había sido antaño.
Prosiguió el niño, con la soledad agarrada de la mano, hasta que sus pies se pararon solos.
De tanto arrastrar los pies, el suelo llegó a erosionar el pequeño apize de alma que le quedaba.
Y como en todo desierto, se provocó ante él una alucinación, había una especie de cristal y el niño, fue a ver  si el pequeño trozo  era el culpable de todos sus males, se asomó al espejito, y se derrumbó desolado.
Y después de verse reflejado, comprendió.

Busquémoslo.

Sabes que estas ahí, vivo, porque notas lo que ocurre a tu alrededor, y te importa, y a veces, deseas que todo acabe, que todo te dejase de importar.
Quieres un final feliz, un final  de película, inesperado, que te haga pensar sobre las cosas de la vida, simples y al mismo tiempo complejas, en el que, pese a todas aquellas cosas que salen mal, todo el mundo esta alegre, sonriente, porque todo ha acabado..
Cogerle la mano a alguien, y caminar y caminar... hasta que llegue la hora.
Pero ¿Cómo sabrás que se está acabando? No lo sabes, es gracioso pensar que como alguien dijo "Hay que vivir cada día como si fuese el último", muchas veces no hacemos caso del consejo, ¿Y si fuese verdad?
Va a empezar tu estribillo, el estribillo de tu vida, de la mía, aprovechémoslo, sin contar con fallos, sin contar con malas decisiones, sin contar con finales felices, creémoslos  nosotros mismos.  
Y seguro que aquello llamado destino,  nos deparará a tí y a mí ese final feliz.